martes, 21 de junio de 2011

Las Malqueridas, Capítulo III

EL FOREVERALONE CLUB.
Suena el despertador con gran escándalo. Es la 1 de la tarde del domingo. Álvaro despertó de mala gana. Maldiciendo, extendió el brazo para apagar la alarma y su mano se topó con una nota dejada por su cita de la noche anterior. Aun atontado por el sueño, desdobló el papel y leyó trabajosamente:
"Gracias, como sea que te llames..."

Pffft, esa fue su única reacción ante el mensaje. Hizo bolita el papel y lo aventó al cesto de la basura que estaba del otro lado de la habitación. Como de costumbre, le falló la puntería. "Le dije claramente. Me llamo Á-L-V-A-R-O. Baboso....", después pensó que tanta combinación de bebidas ingeridas la noche anterior bien pudieron haber interferido gravemente con la sinapsis de las neuronas del sujeto. Y, encima de eso, dejarle esa nota tan....tan...tan de Madonna en el video de Bad Girl...."y con lo mal que me cae la vieja..." fue su conclusión.

Se desperezó, trató de recordar en qué parte de la habitación había caído cada pieza de su vestuario. "Aunque, según recuerdo, nos desvestimos por todo el depa..." pensó para sí. Descorrió las cortinas de la ventana que daba a la calle. Olvidó que estaba completamente desnudo, y que enfrente del departamento estaba saliendo la feligresía del culto de mediodía de una iglesia metodista.

"Total, a más de uno de esos se le va a hacer agua la boca con lo que hay aquí..." pensó con malicia. Se detuvo casi de inmediato de seguir pensando algo tal. Fue hacia el buró y cogió su celular. Ni un mensaje, ni una llamada perdida. Hacía un tiempo que su relación con "..." había terminado, después de, ejem, sólo un mes. Y al parecer "...." se había repuesto muy pronto de ese rompimiento (de hecho, fue "..." quien lo cortó) y ya se paseaba en el BMW de un mirrey queretano por todo Mazaryk.

"Que con su pan se lo coma", fue lo que pensó Álvaro. Estaba cansado de sentirse rechazado. De ser siempre el que buscara, el que hablara, el que fuera...el que rogara. Bueno, lo peor: el que pagara. "Soy guapo, me desvivo por el cuerpower, me ocupo por leer, trato de ser el mejor...¿qué chingados es lo que está mal, entonces?" se preguntaba, mientras en la banqueta de enfrente el baterista del grupo de la iglesia metodista tenía la mirada fija en el perfecto trasero de este güey (ya que Alvarito no se había tomado la molestia de cerrar las cortinas de nueva cuenta, y el amplio ventanal del departamento permitía la vista hasta muy dentro del mismo).

Caminó por el pasillo hasta la cocina. Moría de sed. De repente, sonó la alarma que anunciaba un mensaje. Una especie de emoción pueril le recorrió el cuerpo. "¿Y si es "..."?" pensó para sí. Muy equivocado. Era sólo un mensaje del sistema:
"Felicidades. Por recibir el unfollow # 69 en nuestra base de datos de Twitter, se ha hecho acreedor a descuentos y promociones especiales presentando su tarjeta ForeverAlone Club." Y venía la serie de establecimientos donde podía hacerse acreedor a descuentos y regalos especiales.

Oh sí, su tarjeta ForeverAlone Club le había sido de gran utilidad desde que la había tramitado y obtenido hacía dos años. Le otorgaba puntos por cada twitt sin reply, por ejemplo. O por cada comentario no recibido en su blog (el cual, por cierto, actualizaba con frecuencia). Le daba puntos adicionales si compraba nieve, galletas Oreo y rentaba chick-flicks en BlockBuster los fines de semana (recursos cliché de cualquier ForeverAlone que se precie de serlo). Vaya usted a saber cómo la base de datos del sistema llevaba el conteo de todas esas estadísticas, pero lo cierto es que, en poco tiempo, la tarjeta le había traído varios beneficios a Álvaro. Incluso lo mandó a un crucero por el Caribe por la mayor cantidad de comentarios de haters recibidos en su blog durante un mes. Olvidaba decir que Álvaro era una especie de figura pública en la blogósfera. Publicando sus ires y venires (sobre todo estos últimos) dentro del mundo gay, se había hecho popular entre cierto sector blogger, así como de una gran cantidad de gente que lo trolleaba y publicaba comentarios ofensivos a su persona. Por un tiempo había deshabilitado la función de comentarios, pero sepa cómo los comentarios ofensivos le llegaban a su cuenta de correo y hasta al celular. De sobra está decir que la base de datos de la tarjeta también tomaba en cuenta eso.

Adulado por muchos sentía, sin embargo, que nada lo llenaba. Muchas veces se preguntaba si el problema radicaba en él mismo, si es que acaso era muy exigente respecto a qué esperar de los demás, si en realidad le gustaba más estar solo. Y muchas cosas de ese tipo pasaban por su mente. En el fondo, seguía siendo aquel niño inseguro que se subía por las noches a la azotea de su casa en los meses más calurosos y se ponía a observar estrellas, a pesar de que el alumbrado público de su colonia opacaba el brillo de muchas de ellas. En una de esas ocasiones, ya mayor, se había prometido a sí mismo no permitir que alguien más lo lastimara, que tendría extremo cuidado de entregar el cuerpo, mas no el sentimiento. Y, aunque en ocasiones le funcionaba, también se cansaba de no sentir. Le pasó con Eduardo. Lo que en un inicio podría haber sido una sucesión de sesiones sexuales espectaculares, fue dando paso a sentimientos cada vez más profundos. Hasta el punto en que no se concebía a sí mismo sin él. Sin embargo, tuvo que alejarse. Eduardo tenía novio. Y de hacía muchos años. Se despidieron sin dramas, como dos buenos amigos y prometieron comunicarse a menudo. Aun a la fecha, esporádicamente sabían el uno del otro.

Y justo en él pensaba Álvaro ese domingo a la 1 de la tarde. Un nudo en la garganta fue el resultado de traerlo al pensamiento. Apretó los dientes, endureció el semblante y contuvo la lágrima que estaba a punto de brotar. Se bebió todo el cartón de jugo de arándano. Tomó una ducha y se dispuso a salir a comer. Moría de hambre.

Caminó hasta el restaurant thai que estaba a dos cuadras de su casa. Al llegar, la recepcionista le dio la bienvenida. "¿Mesa para cuántos, joven?"....preguntó ella, aun cuando él ya le había presentado la tarjeta de descuento. Ante la mirada fulminante de Álvaro por preguntar algo tan obvio, la chica se apenó y recitificó..."disculpe, en un momento le asignamos su mesa". Tomó asiento en una de las mesas con vista a la calle, como acostumbraba. Y de nuevo se quedó ensimismado, pensando en mil y un cosas. Le sirvieron la orden. El pad thai le encantaba. El sabor a tamarindo le hacía recordar aquel viaje con Edu....perdón, no hubo tal viaje. Fueron muchos los viajes que no hicieron, muchos los momentos no compartidos. De nueva cuenta, trató de poner la mente en blanco para no seguir recordándolo. Alguien que pasaba por su mesa dejó caer su billetera inadvertidamente. Álvaro se apresuró a alcanzar al tipo para devolvérsela. "¡¡Hey!! disculpa, dejaste caer tu billetera."

La reacción del interpelado fue primero de extrañeza y después de sorpresa. Una enorme sonrisa se le dibujó en el rostro. Y Álvaro no pudo dejar de notarlo. "Muchas gracias. Soy muy distraído con estas cosas. Por eso no me gusta usar billeteras".

Al pasarle la billetera, las manos de ambos se rozaron levemente. Álvaro la retiró rápidamente, un poco apenado. El chico volvió a sonreir. "¿Vienes a menudo a comer aquí?" fue su pregunta. Álvaro le contestó que sí, que era uno de sus lugares favoritos en la ciudad. "Sobre todo porque hacen válida la tarjeta de descuento" dijo, sonriendo con algo de sarcasmo. "Jaja, ¿tú también la tienes?", respondió el chico. "Sí, no sabes cuán útil puede llegar a ser..."

Después de un breve silencio en el que las miradas de ambos se cruzaron, se dijeron al fin las palabras mágicas. "Me llamo Antonio, mucho gusto", dijo aquel, sonriendo de nuevo. Álvaro sentía que a cada sonrisa del chico, su interés por él crecía más. "El gusto es mío, soy Álvaro" respondió éste, también con una enorme sonrisa en el rostro.

"Vamos, te acompaño a comer..."

Y en la base de datos de la tarjeta se registró un "BIG WIN".

1 comentario:

AlexCerati dijo...

Bien, muy bien!
Estaría bien que este capítulo de "Las Malqueridas" tuviera continuación.