jueves, 20 de octubre de 2011

Carta al amor de mi vida.

Te parecerá extraño que te escriba, siendo que aun no nos conocemos. Es más, resulta más extraño dado que, a estas alturas, no sé si un concepto tal como "amor de mi vida" exista realmente o sea tan sólo un invento de los poetas enloquecidos, los productores de chick flicks y los escritores de la Rosa de Guadalupe. Sin embargo, una parte de mí se niega a creer en esta segunda opción...
Estoy seguro que tu día fue pesado, pero productivo. Y probablemente te encuentres cenando. Quiero imaginarte disfrutando cada bocado, sintiendo el sabor de la comida (que, por supuesto, tú mismo has hecho porque te gusta cocinar). Pensando muy probablemente en lo que harás el día de mañana. Cómo te vestirás, de qué manera lidiarás con los problemas laborales y cómo no dejarás que el estrés te afecte. Tal vez más al rato te dispongas a leer. Por cierto, te recomiendo "El lobo estepario", de Herman Hesse, sólo para que al terminar de leerlo digas "no quiero ser como el protagonista".
Se dice que el verdadero amor no tiene que buscarse, que llega solo. Pues bien, no estoy seguro si el tiempo entre nosotros deba pasarse en una espera pasiva o en una búsqueda incesante. De lo que sí estoy seguro es de que cuando irrumpas en mi vida lo harás de manera impetuosa. Sí, impetuosa. No con fanfarrias, ni tampoco se escucharán arpas celestiales, ni el tiempo se detendrá ni la atmósfera se pondrá color de rosa. Pero sí habrá un antes y un después de conocerte. Me cimbrarás el suelo, me harás decir "este cuate sí vale la pena". Me dejarás con la inquietud de volver a verte. Y aunque no espero que yo te provoque la misma reacción a la primera, sí confío que con el tiempo llegues a sentir lo mismo. 
Soportaría tu humor ácido y me enfrascaría contigo en una guerrita de ingenios y sarcasmos. Me sentiría el más feliz al verte dormir a mi lado, aunque ronques como locomotora. Aceptaría que escucharas música que tal vez a mí me pareciese horrenda porque ¡qué diablos! así deben ser las relaciones de pareja ¿no? Creo que son las diferencias entre nosotros, más que los puntos en común, los que contribuyen a afianzar una relación, porque se aprende de lo que es diferente. No se aprende a tolerarlo como quien soporta estoicamente algo que le repele, sino que se acepta como parte del bagaje del otro, como un matiz que contribuye a su color completo. Claro está que tú tendrías que chutarte mis sobredosis de cursilería y contrarrestarlas con lo mucho de tu sentido común. No soy perfecto, no he sido el mejor ni el más santo, pero cuando te ame, será de manera intensa, sincera y exclusiva.
Por supuesto, escucharé atento lo que tengas que decirme. Y prometo poner interés cuando me cuentes hasta el detalle en apariencia más trivial del día. Así como cuando te cuente de mis viajes. Y de lo que veo y encuentro. ¿Sabes? No estaría de más que compartiésemos ese mismo espíritu de aventura, de gusto por lo nuevo y de incesante interés por curiosear. Sería genial compartir contigo muchas noches acampando, o el cansancio de una caminata pesada y larga o ver y experimentar una forma de vivir rústica pero apacible, y que al final pensara yo: "me hiciste el día". Y, que allá en lo recóndito de tu cabecita, tú también pienses lo mismo.
Corro el riesgo de idealizarte. Y a la idealización le sigue en consecuencia la desilusión. Así que antes de seguirte pintando en un panorama idílico, dejo mejor que sea la realidad quien se encargue de ponerme en mi aquí y en mi ahora. No por ello dejaré de desear que aparezcas. Y sé que lo harás. En su momento, ni antes ni después. Hasta ese día, entonces. Por hoy, descansa tranquilo.

2 comentarios:

AlexCerati dijo...

Por experiencia propia te digo que luego las relaciones de pareja resultan todo lo contrario a lo que imaginamos!

Ronnie dijo...

Hermoso post. Y que llegará es seguro, siempre la esperanza puesta y a no dejarse vencer.
Soy de la primera mitad del siglo pasado, tengo años y algo de experiencia y llevo junto al amor de mi vida una chorrada de tiempo. Suerte en tu búsqueda.